Artículo exclusivo: «El largo camino hacia Flin Flon» – Prólogo
- Megan Routledge

- 13 jul
- 13 Min. de lectura
Actualizado: 19 jul

IIntroducción por Megan Routledge:
Estoy absolutamente encantada de compartir que The Sound Cafe Magazine ha recibido el privilegio exclusivo de publicar capítulos seleccionados del próximo libro de Stevie Connor, El largo camino hacia Flin Flon. Como redactora colaboradora de la revista, es un honor increíble que se me haya confiado la tarea de presentar en primicia estas historias tan personales y conmovedoras de Stevie a nuestros lectores.
El viaje de Stevie es una historia de resiliencia, aventura y una honestidad inquebrantable — un tapiz tejido con música, familia, industria y giros inesperados que realmente resuenan más allá de las páginas.
Tener la oportunidad de presentar estos fragmentos exclusivos nos permite sumergirnos en una narrativa tan rica en matices como inspiradora.
Formar parte de esta colaboración única, compartiendo las voces y recuerdos que dieron forma a la vida extraordinaria de Stevie, es un privilegio que no tomo a la ligera. Estoy emocionada de que nos acompañes en este viaje extraordinario por El largo camino hacia Flin Flon, aquí mismo en The Sound Cafe.
Megan.

Algunas vidas se desarrollan en línea recta — limpias, predecibles, iluminadas por la convención. La mía no. La mía zigzagueó por los terrenos salvajes de la posibilidad, por caminos poco transitados, guiada más por el instinto que por la instrucción. Si hay un hilo conductor constante en mi historia, es este: la música no era solo algo que escuchaba — era algo que seguía.
Nací en Edimburgo, Escocia, donde el viento del Mar del Norte no solo sacude las ventanas, sino que se mete en los huesos — y tal vez también en el alma. Mis primeros años estuvieron impregnados de melodía, pero no de la forma que uno podría esperar. No se trataba siempre de formación formal ni de técnica pulida. Se trataba de atmósfera. El zumbido de la tetera. El golpeteo de las botas sobre la piedra mojada. Los discos viejos girando en un rincón, desgastados hasta un siseo suave de tantas reproducciones. Lo absorbí todo. En algún momento entendí que la música no era un telón de fondo — era el guion.
El fútbol se suponía que era el camino. Ese era el plan. Pero la música, como todos los mejores alborotadores, tenía otras ideas. Un acorde, una letra, una presentación nocturna en un pub medio vacío — eso es todo lo que hace falta. De repente, el mundo se abrió en escenarios y estadios.
Y así comenzó el lento ardor de un viaje que me llevaría a cruzar océanos, a entrar en estudios, emisoras de radio, campos de festivales y, finalmente, a fundar dos plataformas que cambiarían el rumbo de mi vida: Blues and Roots Radio y The Sound Cafe Magazine.
Nunca fue mi intención convertirme en locutor. Ni en escritor. Ni en periodista musical. No me desperté un día con un mapa que me guiara hacia ser jurado de los Premios JUNO, los Premios de Música Folk Canadiense o los Maple Blues Awards. Todo fue evolucionando, pieza por pieza, construido sobre una creencia profunda e inquebrantable de que la música real — la música honesta — merece tener una voz.
Este libro no trata de celebridades. Trata de comunidad. De la gente que toma guitarras en las esquinas de la cocina, que canta armonías en los patios traseros, que graba discos con más corazón que presupuesto. Trata de viajes largos y noches aún más largas. De quienes siguen adelante — incluso cuando nadie está mirando.
En estas páginas, conocerás a artistas con los que me he cruzado, historias que nunca me abandonaron, canciones que aún resuenan en mi memoria como viejos amigos. Verás cómo plataformas como The Sound Cafe se convirtieron en algo más que proyectos — se convirtieron en reflejos de todo lo que me importa. Pasión. Integridad. Curiosidad. Conexión.
Así que aquí es donde empieza todo — no en la cima, sino en el borde. En el comienzo de un camino largo. No pavimentado, pero posible. Y si estás leyendo esto, me gusta pensar que lo estás recorriendo conmigo.
Esta no es una historia higienizada de hitos predecibles o triunfos bien planificados. Es una historia real. Áspera en los bordes. Llena de contradicciones. Hermosa en partes, magullada en otras. Y, por encima de todo, verdadera.
Si esperas una autobiografía convencional, quizás quieras dejar eso de lado ahora mismo. Lo que estás leyendo es más bien como un mixtape de recuerdos — unidos desde diferentes capítulos de una vida vivida lejos del camino marcado. Cada recuerdo es una nota en una melodía que abarca décadas: algunas crudas, otras refinadas, todas esenciales. No siempre es prolija. Pero siempre es honesta.
Aquí no encontrarás clichés de pobreza a riqueza. En cambio, este es el retrato de un niño nacido en Escocia, criado entre la aspereza de los barrios obreros y la gracia de una música transmitida por generaciones. Es la historia de cómo el fútbol casi escribió mi futuro antes de que una lesión reescribiera todo el guion. Es sobre las bandas que brillaron en pubs y clubes, los escenarios que centelleaban con posibilidades, y los momentos en que todo se desmoronó — solo para reconstruirse más fuerte, más ruidoso, y con mayor determinación.
También se trata de Flin Flon — ese nombre curioso, ese punto en el mapa canadiense — y de cómo llegó a simbolizar mucho más que un destino. Para mi padre, fue casi un comienzo. Para mí, se convirtió en un punto final que cerró el círculo y dio sentido al caos. Un símbolo. Un mito. Un lugar real y un emblema viviente de una vida que jamás siguió las reglas.
Esta es mi manera de hilvanarlo todo — las bandas de gaitas, las bandas de folk, las bandas de rock, los cinturones de Kung Fu, los desamores y el humor, el bullicio entre bastidores y las batallas en las salas de juntas. Los capítulos que siguen están poblados de personas — personas reales — que dejaron huella.
Algunas estuvieron una temporada, otras toda la vida. Todas ayudaron a dar forma al largo camino.
Si hay una lección enterrada en estas reflexiones, es esta: no siempre elegimos el camino, pero sí podemos elegir cómo lo recorremos. Con propósito. Con pasión. Con humildad. Y a veces, si tenemos suerte, con una pinta en una mano y una gran canción de fondo.
Gracias por interesarte en mi viaje. El largo camino hacia Flin Flon está llamando — y esta vez, no es solo un lugar. Es todo el maldito viaje.

Hay noches — noches silenciosas, iluminadas por el fuego — en las que la memoria llega como una canción familiar. Me descubro regresando a aquellas veladas en que mi padre se acomodaba en su viejo sillón reclinable, con el fuego de carbón crepitando suavemente y la luz de la lámpara proyectando sombras titilantes en las paredes, como fantasmas de historias esperando ser contadas. Fue en esos momentos, envueltos en el ritmo del hogar, cuando la leyenda de Flin Flon cobraba vida.
Él no solo contaba una historia. Estaba construyendo algo — con palabras, con sueños, con esa curiosa mezcla de optimismo e inquietud que vive en todas las grandes ambiciones. Había algo mágico en la forma en que hablaba de ella: Flin Flon. Solo el nombre tenía una melodía, extraña y lírica, como un lugar sacado de un libro del que no estabas seguro si era real. Para mis oídos infantiles, sonaba como el borde del mundo.
Hablaba de ella como si ya la hubiera visto: los árboles interminables, el destello de los lagos atrapando el sol del norte, el murmullo de una comunidad donde nadie era un extraño. Para él, no era solo un punto en el mapa escondido en la naturaleza canadiense — era posibilidad, tallada en granito y entrelazada con promesas. Un nuevo comienzo. Un nuevo capítulo. Una oportunidad para reescribir la historia.
Pero debajo del brillo en sus ojos, siempre había algo más — una vacilación, suave y no expresada. Podías oírlo en la forma en que pausaba entre frases. Un titubeo en su voz que sugería que sabía cuán empinada podía ser la carretera. Mudarse al otro lado del mundo con una familia joven, cambiar la aspereza familiar de Edimburgo por el silencio nevado de un lejano pueblo minero — no era solo algo audaz. Era aterrador. Y, sin embargo, hablaba de ello como alguien que recita un llamado más que un plan.
Esas conversaciones me enseñaron más que geografía. Me enseñaron sobre el riesgo. Sobre lo que significa dejar atrás lo conocido en busca de algo mejor — incluso si ese “mejor” viene vestido de incertidumbre. Mi padre nunca pretendió tener todas las respuestas, pero al compartir sus dudas junto con sus sueños, me mostró la fuerza silenciosa que se necesita para perseguir el cambio. No solo estaba planeando una mudanza. Estaba enfrentando la verdad aterradora y hermosa de que la vida solo crece cuando te atreves a plantarla en una tierra nueva.
Y eso, llegué a comprender, era el corazón de Flin Flon — no solo un lugar, sino una posibilidad. Un símbolo del coraje que se necesita para ir cuando quedarse parece más seguro. Una lección envuelta en un nombre. Un destino que, lo alcanzáramos o no, ya nos había cambiado.
"Tenía unos siete u ocho años cuando mi padre, Danny Connor, campeón mundial en múltiples ocasiones con la banda de gaitas Shotts and Dykehead Caledonia, comenzó a dejar una gaita de práctica por la casa. Era una invitación a explorar un legado."

Caminos Cruzados en Edimburgo — o Cómo una Cola en el Banco lo Cambió Todo
Corría el año 1964, y el antiguo y majestuoso banco de Lothian Road en Edimburgo se alzaba como un símbolo de estabilidad obstinada en una ciudad que llevaba su historia como un tartán bien amado. La luz del mediodía luchaba por atravesar los ventanales salpicados de lluvia, iluminando tenuemente la fila de clientes que, como fieles espectadores, esperaban su turno para presenciar el ritual de papeleo y cambio de efectivo.
Entra en escena Robert MacIntyre: un empresario canadiense que parecía recién salido de una sala de juntas impregnada de aroma a arce. Su traje era elegante pero discreto — el tipo de profesionalismo modesto que dice: “Vengo a hacer negocios, pero no necesito alardear”. Pelo entrecano, mirada serena — la imagen misma de la paciencia digna mientras hacía fila, probablemente calculando tasas de cambio en su cabeza.
Detrás de él, Danny Connor daba golpecitos impacientes con el pie — un escocés de facciones marcadas, melena oscura e indómita, y la energía inconfundible de un hombre con una misión. Danny no estaba allí para conversar ni para admirar la arquitectura ornamentada del banco. No, estaba allí para convertir sus libras escocesas, ganadas con esfuerzo, en dólares canadienses, paso clave en un ambicioso plan para cambiar radicalmente su vida y partir rumbo a los parajes remotos de Flin Flon, Manitoba.
Familiares y amigos ya habían opinado — algunos con entusiasmo, otros con franca incredulidad. Pero Danny no se dejaba disuadir. La decisión estaba tomada. La aventura lo esperaba.
Mientras la fila avanzaba con la urgencia de un glaciar, Robert y Danny intercambiaron saludos cordiales — de esos que anuncian una conversación en ciernes, de esos que el destino parece orquestar solo para agitar un poco las cosas.
— Bonito día, ¿eh? — dijo Robert con una sonrisa, rompiendo el hielo.
La respuesta de Danny llegó con un marcado acento escocés, lo bastante espeso como para cortarlo con cuchillo.
— Aye, lo es. Solo estoy tratando de cambiar unas libras por dólares canadienses. Me voy pa’ Flin Flon, ¿sabe?
Las cejas de Robert se arquearon.
— ¿Flin Flon? Eso está bastante fuera del camino habitual. ¿Qué te lleva allí?
Danny le explicó su plan: empezar de nuevo con la Hudson Bay Mining Company, formar una banda de gaitas y prepararla para competiciones.
Sonaba grandioso — y, sin embargo, Robert captó una chispa en la mirada de Danny: un cansancio que indicaba que no se trataba solo de entusiasmo, sino de esperanza mezclada con una pizca de preocupación.
— Flin Flon es un lugar único —dijo Robert con cautela —. He recorrido bastante Canadá. Es remoto. Los inviernos pueden ser duros. Y algo… aislado — especialmente si tienes familia. ¿Tienes esposa, cierto?
La expresión de Danny se tornó seria.
— Aye. Esperamos nuestro primer hijo. Pero creo que podremos arreglárnoslas.
Robert se inclinó un poco hacia él, no como una advertencia, pero casi.
—Mira, no es por entrometerme, pero Flin Flon quizá no sea el mejor sitio para comenzar de cero con un bebé en camino. ¿Has considerado otros lugares? En Canadá hay ciudades donde el invierno no se siente como un castigo y donde la gente realmente conoce a sus vecinos.
Danny se quedó pensativo, masticando aquel consejo inesperado. Su rostro mostraba una lucha entre la duda y la gratitud. De pronto, las palabras de un extraño adquirieron peso.
Mientras la fila avanzaba lentamente, Robert compartió historias — relatos de ciudades canadienses vibrantes, comunidades que prosperaban a pesar del frío, lugares que podrían ofrecerle a la joven familia de Danny una mejor oportunidad para una vida buena.
Cuando Danny finalmente llegó al mostrador, la moneda en su mano pesaba más que billetes y monedas. Era el peso de la reconsideración, de futuros por redibujar.
Ninguno de los dos lo sabía en ese momento, pero aquel instante mundano en una cola bancaria de Edimburgo fue un punto de inflexión silencioso — el tipo de encuentro pequeño, aparentemente insignificante, que puede hilar los hilos del destino en un tapiz que nunca esperaste ver.
Entonces, ¿dónde está Flin Flon?
El nombre del pueblo proviene del protagonista de una novela de bolsillo publicada en 1905, The Sunless City, del autor británico J. E. Preston Muddock:
Josiah Flintabbatey Flonatin, Esq., o, como era más conocido entre sus contemporáneos, “Flin Flon”, era un caballero notable por dos cosas: la pequeñez de su estatura y la grandeza de su percepción. Su origen se perdía en las brumas de la antigüedad, pero él afirmaba ser descendiente de la noble familia italiana de los Flonatins...

Flin Flon — un nombre que suena como un acertijo envuelto en un casco minero — nació en 1927, gracias a Hudbay, entonces conocida como Hudson Bay Mining and Smelting Co.
La ciudad surgió para perseguir las ricas vetas de cobre y zinc escondidas bajo la escarpada superficie del Escudo Canadiense. A finales de la década de 1920, Hudbay no estaba para juegos: construyó un ferrocarril, una mina, una fundición e incluso una planta hidroeléctrica en Island Falls, Saskatchewan. En 1928, el tren llegó oficialmente a la mina, abriendo la puerta a una nueva frontera.
Durante los años 30, Flin Flon creció rápidamente a medida que la Gran Depresión empujaba a personas desde granjas y momentos difíciles hacia la promesa de trabajo en las minas. Quienes habían abandonado sus tierras buscaron estabilidad bajo tierra, y el pueblo se inscribió oficialmente en el mapa como municipio en 1933, alcanzando estatus de ciudad en 1970. A pesar de que su población ha ido disminuyendo lentamente desde los años 60, Flin Flon siguió avanzando con la minería, sumando nuevos yacimientos y manteniendo su pulso industrial.
Pero no todo son cascos duros y camiones de acarreo. Escondida entre lagos pintorescos y paisajes salvajes, Flin Flon también se ha forjado una reputación como destino turístico encantador — un lugar donde la naturaleza y la industria conviven de forma curiosamente armoniosa.
Geográficamente, Flin Flon es una especie de rebelde fronteriza, encaramada sobre la línea que divide Manitoba y Saskatchewan. La mayor parte de la ciudad se encuentra en Manitoba, pero una porción se extiende hacia Saskatchewan — tanto así que algunas calles literalmente cambian de nombre al cruzar la frontera provincial. Curiosamente, debido a las líneas limítrofes en zigzag, la parte de Saskatchewan queda al sur de la manitobense, no al oeste, desafiando toda lógica cartográfica.
Los códigos postales pertenecen a Manitoba, pero el prefijo telefónico rinde homenaje a Saskatchewan. ¿La electricidad? Manitoba Hydro ilumina ambos lados. La ciudad, construida sobre el escarpado lecho rocoso del Escudo Canadiense, ha ganado el apodo de “la ciudad edificada sobre roca”. Esta terquedad geológica significa que la agricultura es casi imposible, y que hubo que ingeniárselas con la infraestructura — en algunos barrios del norte, las cajas de alcantarillado sobre el suelo hacen de aceras improvisadas.
En mayo de 2025, Flin Flon volvió a demostrar su resiliencia, evacuando con antelación ante los incendios forestales canadienses — un recordatorio de que la vida en el límite nunca es aburrida en esta ruda ciudad minera.
Entonces, ¿dónde está Flin Flon? Es donde la industria se encuentra con la naturaleza salvaje, donde las fronteras se difuminan y donde el suelo bajo tus pies es tan firme e inquebrantable como el espíritu de su gente.
Y sin embargo, pese a su imagen industrial y su geografía caprichosa, Flin Flon está lejos de ser solo un pueblo minero. Bajo la superficie —tanto literal como cultural— es un inesperado centro de arte creativo. Un lugar donde el paisaje áspero alimenta la imaginación, y donde la determinación comunitaria se expresa en música, teatro, artes visuales y festivales que celebran mucho más que minerales.
Artistas, músicos y creadores han sido atraídos desde hace tiempo por esta combinación única de naturaleza e industria, encontrando inspiración bajo los vastos cielos del norte y en las historias grabadas en la roca bajo sus pies. El pulso cultural de la ciudad late con fuerza, con galerías que exhiben desde arte tradicional indígena hasta obras contemporáneas, y teatros que dan vida a narrativas que reflejan el espíritu de resiliencia y reinvención.
La escena artística de Flin Flon es testimonio de cómo incluso los lugares más inesperados pueden albergar comunidades vibrantes de expresión. Aquí, el arte y la industria conviven — cada uno moldeando al otro, añadiendo capas a la rica y continua historia de la ciudad. Esta es una ciudad que no solo extrae cobre y zinc, sino también las vetas profundas de creatividad que recorren su corazón.
Nota al pie: Flin Flon ha vivido sin pagar alquiler en mi imaginación desde la infancia. Era ese lugar lejano con un nombre inolvidable — un sueño, un destino que nunca llegué a alcanzar del todo. Nací en Escocia (aunque casi canadiense de nacimiento), y jamás hubiera predicho que un día me encontraría viviendo en Canadá, rodeado de conexiones con Flin Flon tan extrañas, que uno pensaría que me las estoy inventando. Pero no es así. La vida es curiosa de esa manera.


Stevie Connor, un polímata de la escena musical nacido en Escocia, es reconocido por su versatilidad en múltiples ámbitos de la industria. Aunque en un principio parecía destinado al fútbol, fue la música la que finalmente conquistó su corazón. Su trayectoria multifacética lo ha llevado a destacar como músico, compositor, artista de grabación, periodista y pionero de la radio por internet.
En 2012, Stevie sentó las bases de Blues and Roots Radio, una plataforma en línea que rápidamente se convirtió en un escenario global para la música blues, roots, folk, americana y celta. Su visión y liderazgo transformaron el proyecto en un referente internacional. Pero no se detuvo allí: en 2020, amplió su influencia con la creación de The Sound Cafe Magazine, una revista multilingüe dedicada a entrevistas con artistas, reseñas de álbumes y noticias del mundo musical.
La huella de Stevie va mucho más allá de estas plataformas. Su oído experto y su aguda visión de la industria le han valido la oportunidad de ser seleccionado como jurado en premios nacionales como los Premios JUNO, los Canadian Folk Music Awards y los Maple Blues Awards. Gracias a su incansable dedicación, ha construido una sólida reputación dentro de la comunidad musical, ganándose el respeto tanto de sus colegas como de los artistas.
A pesar de sus múltiples responsabilidades, Stevie mantiene un fuerte vínculo con sus raíces, tanto musicales como geográficas. Sigue contribuyendo activamente al tejido vibrante del mundo de la música, asegurando que su influencia trascienda cualquier plataforma individual. Su pasión duradera y su compromiso con la música lo convierten en una verdadera figura destacada de la industria.
Stevie también es periodista verificado en la reconocida plataforma global de relaciones públicas Muck Rack.
Y también: Lee algunos de los artículos de Stevie para The Sound Cafe.


